sábado, 29 de diciembre de 2012

Providencia, con clonación de corales y el redentor del caracol pala

La isla de Providencia siempre ha sido reconocida en todo el mundo por sus corales. En esta porción de Colombia, que está rodeada por el área marina protegida Seaflower, considerada reserva internacional de biosfera y zona de importancia global, está la segunda barrera arrecifal más larga del país, esas cordilleras marinas donde se concentra una enorme biodiversidad que sostiene la pesca artesanal e industrial.

Sin embargo, al igual que ocurre hoy en todo el Caribe, allí hay muchas especies de corales en peligro. Entre el 58 y el 70 por ciento de ellas están amenazadas, pero hay dos, tal vez las más apreciadas y espectaculares, que ya casi no se ven: los corales cuerno de alce y cuerno de ciervo, grandiosos por su tamaño, y únicos por ser flexibles como una planta y a veces tan frondosos como un árbol. De ellos, y de acuerdo con un estudio del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (Invemar), hoy solo viven en las profundidades menos del 0,5 por ciento de los que había originalmente en la isla, por culpa del cambio climático que calienta las aguas del océano hasta matarlos.

También han desaparecido porque son atacados por una enfermedad llamada banda blanca, que se ha esparcido a causa de la contaminación, los vertimientos de aguas negras y la sedimentación.
¿Hay esperanza? La respuesta es incierta. Pero, aun sin la certeza de un futuro para estos seres espléndidos, hay esfuerzos científicos para recuperarlos. Uno de estos se desarrolla en el área marina protegida -y parque nacional natural- Old Providence McBean Lagoon, situado a un costado de Providencia y muy cerca de cayo Cangrejo, donde está instalada una salacuna artificial de corales para clonarlos.

Es una guardería flotante en la que fragmentos vivos de coral desprendidos de arrecifes se han instalado sobre estructuras naturales, permanecen colgados sobre cuerdas de nailon o están sembrados en pequeñas masas de cemento, para que a partir de esas partes crezcan y se desarrollen nuevos individuos con miras a una repoblación. Marcela Cano, bióloga marina y directora del área marina Old Providence, explica que partiendo de medio centímetro se puede desarrollar una colonia suficientemente fuerte que permita una restauración.
"Hemos observado cómo un fragmento de coral ha crecido entre 0,54 y 1,5 centímetros mensuales", dice. En la guardería de Providencia ya se están desarrollando 102 fragmentos de cuerno de alce (Acropora palmata) y 92 de cuerno de ciervo (Acropora cervicornis), que han podido sobrevivir a pesar de los cambios bruscos en la temperatura del mar, muchas veces por encima de 31 grados C.

"Los corales propagados a través de estas guarderías podrían dar resultados contundentes en 5 años. Hoy estamos aprovechando la característica de los corales de ser colonias; por eso, hacemos propagación asexual -formación de un individuo nuevo a partir de un pedazo de otro-. Cuando se reproduzcan sexualmente, será cuando podremos decir que el proceso ha sido exitoso", explicó Valeria Pizarro, bióloga marina de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, con la que el parque Old Providence ha hecho equipo para el desarrollo del proyecto.

Esta es una técnica de repoblamiento que tiene un antecedente en el parque Tayrona, que resguarda 9 km cuadrados de porciones de coral y donde se desarrolla una guardería similar. "Aunque los estudios para perfeccionar esta nueva forma de reproducir siguen, su éxito ya ha sido probado en la restauración de corales en el mar Rojo", agregó Pizarro.
La necesidad que los corales renazcan se sustenta en argumentos ambientales y en otros igualmente contundentes. Hace poco, el biólogo israelí Nuphar Charuvi, en el Instituto de Ciencias de la Universidad Nacional, señaló que "los corales producen más de 100.000 millones de dólares al año en beneficios por turismo, protección costera, pesca y desarrollos farmacéuticos. Por eso merecen ser preservados".
Casimiro se convirtió en el redentor del caracol pala.

"Yo fui depredador del caracol por más de 20 años. No necesitaba bucear para sacar diez o cien; con al agua en la cintura solo estiraba la mano y ahí los encontraba. Pero con los años nos tocaba ir cada vez más profundo para cazarlos. Un día saqué uno que estaba desovando y quedé traumatizado. Desde entonces me propuse no sacar ni uno más; ahora intento salvarlos".
Habla Casimiro Newball, un isleño alto, recio hombre de mar, considerado el redentor del caracol pala o rosado. Este es un molusco que hasta hace unos años hacía parte del paisaje de la isla de Providencia, pero hoy se ha vuelto un ser muy extraño.

Para ver uno en vida silvestre ya toca viajar muy lejos, por ejemplo a los cayos de Serrana o Quitasueño. Lo peor es que por su escasez, el típico plato gastronómico de la región, conocido como rondón (o rundown), que mezcla la yuca, el ñame, la auyama, la colita de cerdo y el pescado con el típico caracol, ya no está incluyendo oficialmente a este último ingrediente, y el guiso está quedando incompleto. "Es como comer bandeja paisa sin chicharrón", dicen en broma en la isla.
El caracol no solo sirve como alimento. También regula el crecimiento de las algas. Pero como ya no hay suficientes, estas plantas acuáticas se han salido de control y se están posando con más frecuencia sobre las formaciones coralinas hasta asfixiarlas.

Afortunadamente para Providencia, y para los arrecifes y el área marina protegida que rodea a este territorio, existe Casimiro. Con la ayuda de Coralina -la corporación autónoma ambiental de esta región- y la Secretaría de Agricultura departamental, él monitorea una salacuna de caracoles, una especie de jaula incrustada mar adentro y a unos 15 minutos en lancha del centro de la isla, donde los animales se reproducen en cautiverio.

Hoy resguarda 130. Pero durante los últimos seis años se han liberado más de 10.000, principalmente dentro del área marina protegida Old Providence McBean Lagoon y también en sectores de la vecina isla de Santa Catalina. "Los caracoles son traídos desde los bancos y cayos para iniciar aquí procesos de apareamiento. Los conservamos para que luego puedan ser soltados", explica. Al nadar y caretear por 15 minutos en ese pequeño reino de la tranquilidad vigilado por Casimiro para bien de estos animales -que se reconocen por su lomo duro en forma de espiral y un dorso colorido como el arcoiris- se pueden ver al menos 50 ejemplares de todos los tamaños. Tranquilos y lejos de las manos de los pescadores, por lo menos durante el día.

Porque no obstante haber veda para su captura y comercialización, delincuentes aprovechan que en la noche hay poca vigilancia en las jaulas y zonas aledañas y sacan de allí muchos de los moluscos preservados. Por eso es normal que en algunos restaurantes de la isla se les ofrezcan a turistas platos que incluyen caracol. Muchos de ellos los consumen sin saber que están contribuyendo con la desaparición definitiva del molusco. "La gente no ha entendido que al establecer restricciones para su captura estamos cuidándolos. Buscamos que las nuevas generaciones puedan beneficiarse de ellos y comerlos, pero ojalá sin remordimientos".

Vía El Tiempo
http://www.eltiempo.com/vida-de-hoy/ecologia/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-12481958.html